lunes, 4 de abril de 2011

trastorno en la adolescencia

Trastornos de la adolescencia
Principales Dificultades
Éste es un período particularmente complejo, que comprende la transición entre el fin de la latencia y el comienzo de la adolescencia. En este camino, el niño ha de pasar por la revolución puberal, con la transformación corporal y la definición psicosexual consiguientes, ya que la primera menstruación, en la niña, y la primera polución, en el varón, ponen fin a las fantasías de bisexualidad. Al mismo tiempo el niño necesita encontrar vías de acceso a su integración en el mundo de los adultos.
Todo ello implica para el individuo una profunda crisis que compromete las diversas áreas de su vida.
Se reactivan en esta etapa todos los conflictos infantiles: los derivados de la evolución psicosexual, de la lucha por la progresiva independización respecto a los padres y de las vicisitudes de la inserción en grupos nuevos y cada vez más amplios. Esto supone un cierto grado de desorganización de las estructuras previas de la personalidad, que hace vivir al sujeto períodos de confusión, inestabilidad emocional y conductas contradictorias. El sentimiento de identidad es altamente fluctuante, y sólo se consolidará a través de una reelaboración de tales conflictos previos.
Estos difíciles procesos de cambio pueden dar lugar a manifestaciones patológicas específicamente relacionadas con ellos. Las dificultades pueden afectar a las tres áreas fundamentales en que se desarrolla la vida del individuo psico-biológico: el mental, el área del cuerpo y el área de la relación con el mundo externo.
Así, las complicaciones podrán expresarse a través de una problemática vinculada con el estudio (dificultades de concentración, dispersión, apatía), de trastornos relacionados con el esquema del cuerpo y sus funciones (anorexia-bulimia, masturbación compulsiva, indefinición sexual y perversiones) o perturbaciones en la relación con el medio (conductas antisociales, delincuencia, toxicomanías). Se entiende, de todos modos, que, aunque las dificultades se manifiesten predominantemente en una de las áreas, siempre están todas implicadas.
Anorexia mental
Descripción y características
La anorexia mental es un trastorno que presenta una relación muy específica con la adolescencia. La edad más frecuente de aparición se sitúa entre los doce y los dieciocho años, con gran predominio entre el sexo femenino.
Fue descrita clínicamente, hace más de un siglo, por Gull y Lassegue, y caracterizada como enfermedad propia de las jóvenes. Sin embargo, su ubicación nosológica no fue suficientemente aclarada, y continúa, en la , siendo motivo de discusión.
El síntoma más destacado de la anorexia mental es el despliegue, por parte del enfermo, de una serie de conductas destinadas a la pérdida de peso, con el consiguiente adelgazamiento, que puede, en ocasiones, llegar a la caquexia (alteración profunda de la nutrición). Este comportamiento se acompaña de un trastorno de la imagen corporal, una manipulación del ambiente en lo referente a la alimentación, hiperactividad y, en las mujeres, amenorrea (supresión morbosa del menstrual).
Conviene destacar que la denominación de anorexia es, en cierto sentido, inapropiada, dado que no existe, por lo general, pérdida del apetito, o ésta se limita a las etapas más avanzadas de la enfermedad. En este sentido, la denominación alemana de la enfermedad (delgadez pubei-al) describe más acertadamente el cuadro que ésta presenta.
Es frecuente que el trastorno se presente en adolescentes que fueron obesos en la infancia.
El inicio de los síntomas puede asociarse a situaciones emocional-mente conflictivas.
El rechazo de alimentos suele comenzar de forma moderada y respaldado por alguna justificación racional, como el propósito de hacer un régimen por obesidad o alegando trastornos digestivos. También puede limitarse, en los comienzos, a una minuciosa selección de los alimentos siguiendo diversos criterios, o experimentar náuseas ante determinadas comidas. El trastorno suele avanzar hacia una generalización de estas conductas y, por consiguiente, a un incremento de la alimenticia. Dado que el anoréxico típico es una adolescente que vive con sus padres, se crea frecuentemente una situación de conflicto familiar. Los padres presionan a su hija anoréxica para que coma, y ésta responde con un comportamiento hostil, con retraimiento o con engaños: no es raro que mienta sobre sus comidas o sobre su peso.
Dado que persevera en su voluntad de , a pesar de las evidencias racionales que pudieran desaconsejarlo, la anoréxica desarrolla distintas actividades para lograr este fin. Para resistir el hambre, puede recurrir a distintas maniobras que logren distraerla, o desplazar el deseo de comer dedicándose a cocinar para los demás miembros de la familia y, por lo general, en cantidades excesivas.
Comer poco no es el único mecanismo utilizado: muchos anoréxicos acostumbran provocarse vómitos, o ingerir cotidianamente laxantes, diuréticos o anorexígenos. Estos procedimientos suelen ponerse en práctica en las fases de bulimia (apetito excesivo y voraz) que algunos enfermos alternan con las de anorexia.
El anoréxico puede persistir en el empeño de adelgazar a pesar de encontrarse sumamente delgado, y mostrar un inexplicable temor a el control y engordar. De continuar en esta línea, la enfermedad evoluciona hacia un cuadro de caquexia con pérdida de peso del 20 al 50%, trastornos de la piel y diversas alteraciones metabólicas y digestivas.
El trastorno básico que permite este adelgazamiento es una seria perturbación de la imagen del propio cuerpo y del reconocimiento de las sensaciones provenientes de éste. El empeño por lograr un estricto control sobre el cuerpo y sus funciones lleva a la negación tanto del hambre como de los instintos sexuales y otras necesidades corporales. Se observa en la anorexia un empobrecimiento de la vida afectiva y erótica. La distorsión de la imagen corporal puede, en algunos casos, ser tan marcada que se convierte en una visión delirante del cuerpo , llegando los enfermos de extremada delgadez a verse como obesos.
En este sentido, muchos autores destacan los rasgos psicóticos involucrados en la alienada relación que mantiene el anoréxico con su cuerpo y con la comida.
La amenorrea está presente en la mayoría de los casos, hasta el de ser considerada por algunos un signo indispensable para el diagnóstico de anorexia. El hecho de que aparezcan entre los síntomas iniciales parecería indicar que no se trata de un trastorno secundario a las alteraciones metabólicas producidas por el adelgazamiento, sino más bien un apoyo a las teorías que le atribuyen un origen psicógeno.
Psicopatología de la anorexia
Existen diversas interpretaciones del cuadro anoréxico. Desde su formulación original, por Lassegue, como una forma de histeria, fue clasificado sucesivamente entre las fobias, las psicosis, o como entidad psicopatológica específica. En el• estudio de la anorexia mental, algunos autores han puesto el acento en la falta de apetito o deterioro cualitativo de éste. Otros, desde una perspectiva biológica, contemplan los aspectos fisiopatológicos derivados de la mala nutrición. Los trabajos psicodinámicos toman en consideración los conflictos propios de la pubertad, que podrían estar manifestándose con carácter patológico en los síntomas anoréxicos. Son numerosas las aportaciones sobre el tema, y no siempre coincidentes.
Thomas plantea que la personalidad anoréxica estaría influida por una relación con la madre en la que predominaría la ambivalencia de tipo oral. A nivel somático, esta ambivalencia se expresaría como una oposición entre una imagen ideal del cuerpo, asexuado y ascético, y el cuerpo real, que resulta inaceptable. En la rebelión del anoréxico contra la dependencia hacia su propio cuerpo, se vería una forma desesperada de resistencia al desarrollo sexual, que lo llevaría a una madurez no deseada.
M. Selvini sostiene que la anoréxica estaría marcada, en su desarrollo, por una madre sobreprotectora y excesivamente controladora, lo cual tendría como consecuencia el establecimiento de un Yo débil y dependiente. En la pubertad, el cuerpo sería vivido como algo hostil, y este débil Yo buscaría su afirmación en el enfrentamiento con dicho cuerpo, al ser incapaz de hacerlo en las relaciones interpersonales. Rechazando sus necesidades alimenticias, sentiría la ilusión de ser autónoma y de haber alcanzado por fin el control de su propio Yo.
H. Bruch, desde un vértice evolutivo, considera que el origen del problema radicaría en el fracaso del proceso del aprendizaje que lleva, en el bebé, a integrar el hambre con su posterior gratificación. Si una madre responde siempre contradictoriamente a los requerimientos alimenticios de su hijo, confundiendo sus mensajes, éste será luego incapaz de alcanzar un correcto conocimiento de sus funciones corporales.
Tendrá perturbada la capacidad de discriminación de los estímulos de su cuerpo y se habituará a responder a las necesidades de su madre más que a las propias. La consecuencia de este desarrollo sería la distorsión del esquema corporal y la indiferencia hacia el propio cuerpo que experimenta el anoréxico.
La personalidad anoréxica estaría caracterizada por una profunda regresión, manifestada a nivel corporal, como expresión del conflicto producido por las dificultades en aceptar las transformaciones ocurridas en la pubertad.
Las fantasías implicadas en el síntoma pueden ser diversas, tales como la negación de la feminidad, el autocastigo, la
purificación, la evitación del crecimiento y de la definición sexual.
Existe acuerdo generalizado en relacionar el origen de la anorexia mental con situaciones conflictivas de gran trascendencia para el desarrollo, tales como las que se producen en los períodos puberal y adolescente. La pubertad implica cambios corporales, impulsos sexuales y crisis de identidad, lo que puede favorecer la reactivación de conflictos primitivos y dar por resultado respuestas inadaptadas que configuran el cuadro anoréxico.
Bulimia
Bajo esta denominación se suelen incluir cuadros episódicos de alimentación incontrolada.
Es frecuente que dichos episodios sean seguidos de sentimientos depresivos y de culpabilidad.
Se trata de un trastorno típico del comienzo de la adolescencia, con predominio en el sexo femenino.
Las características de la bulimia no sólo se refieren a la cantidad excesiva de alimento consumido, sino también a la forma en que se desarrolla la alimentación. Por lo general, la ingestión es rápida, compulsiva, con escasa masticación. Si bien el comer resulta placentero al sujeto, los episodios de alimentación abusiva suelen tener consecuencias penosas para él. Por una parte, se pueden presentar problemas digestivos, tales como dolores abdominales o vómitos (éstos, en algunos casos, provocados). Por otra parte, surgen sentimientos de autorreproche, angustia o depresión, por no haber sido capaz de controlar los impulsos alimenticios, dado que se tiene clara consciencia del problema. En este sentido, es corriente que se realicen diversas tentativas de reducción de peso mediante la dieta.
Este trastorno se relaciona directamente con la obesidad. Algunos autores, como Klotz y Balier, distinguen dos tipos de obesidad: una, constitucional, y otra por polifagia (aumento exagerado de la sensación de hambre), que se produciría en determinadas situaciones psicológicas. Se acepta, generalmente, la existencia de una predisposición constitucional a la obesidad, así como hacia muchos otros síntomas, entendiendo esta predisposición como un dato que ayuda a explicar la forma específica de expresarse un problema y no como la causa de éste.
H. Bruch, al estudiar la hiperfagia (exceso de comida), señala que ésta sería la expresión de una alteración subyacente. Sin embargo, la obesidad en los niños, aun considerada como síntoma secundario, sería la consecuencia principal de una mala adaptación social. Como grupo, serían emocionalmente inmaduros, excesivamente dependientes de sus madres, inseguros. Con respecto a la pareja paren-tal, destaca el papel preponderante de la madre, quien se relacionaría con su hijo de forma sobreprotectora y excluyente
Se trata de madres muy ansiosas, que colman a sus hijos de cuidados y de alimentos por encima de sus necesidades. En estas condiciones, el alimento adquiere connotaciones afectivas importantes, se transforma en un equivalente del amor que la madre es incapaz de expresar por otros medios. Se plantea también la existencia (encubierta por la sobreprotección) de tendencias hostiles hacia los hijos y un intento de evitar que crezcan.
Toxicomanía
Adolescencia y toxicomanía
El consumo de drogas se ha convertido en los últimos años en un tema de máxima preocupación. No se trata, sin embargo, de un hecho nuevo, dado que la utilización de este tipo de sustancias constituye, desde tiempos remotos, una práctica culturalmente aceptada en numerosos pueblos.
La gravedad de la situación actual se debe a que el uso de drogas ha adquirido características totalmente nuevas, tanto en lo que se refiere a la población afectada como al tipo de la variedad de los pro ductos utilizados. En cuanto a su difusión, se observa cómo el hábito de drogarse se ha extendido a sectores más amplios de la población, y de forma muy especial a la juventud. En España, según datos del CIDUR, el 34% de los jóvenes entre 12 y 24 años probó alguna droga; el 18% la consume habitualmente. (Este estudio, realizado en 1979, se refiere a drogas social y legalmente inaceptadas —no se incluye el alcohol—, y los datos mencionados corresponden a drogas blandas y duras conjuntamente.)
La relación entre toxicomanía y adolescencia no es meramente estadística; las particularidades psicológicas de este período de la vida hacen del adolescente un ser no sólo más proclive a la adicción, sino también más vulnerable a los efectos de ésta en el desarrollo de la personalidad. Antes de abordar este problema es conveniente hacer mención de algunos conceptos generales de la toxicomanía.
Existe cierta confusión en el uso del término fármaco o droga, ya que designa, a la vez, sustancias con valor terapéutico y aquellas otras que no lo tienen. El problema estriba en el hecho de que muchas sustancias pueden tener función terapéutica, en determinados casos, a dosis adecuadas, y producir efectos tóxicos cuando su uso es indebido. La OMS define fármaco o droga como toda sustancia que, introducida en el organismo, puede modificar una o más funciones de éste. En los fenómenos de toxicomanía estarían involucradas sustancias definidas como drogas causantes de dependencia. La dependencia respecto a una droga puede ser física, psíquica o de ambos tipos. Se ha pretendido distinguirlas mediante dos términos: toxicomanía, reservado para la dependencia física, y habituación para la psíquica. La OMS recomienda usar fármaco-dependencia como término general que caracterizaría la presencia de modificaciones del comportamiento y otras teaccibnes, que comprenden siempre un impulso irreprimible a tomar el fármaco de forma continua o periódica. La dependencia puede acompañarse de tolerancia, que es la necesidad de aumentar progresivamente las dosis de una droga para obtener los mismos efectos farmacológicos. Determinadas drogas producen, al suspender bruscamente su administración, el llamado síndrome de abstinencia, que consiste en una serie de síntomas psíquicos y físicos característicos de cada tipo de sustancia, pudiendo alcanzar en algunos casos extrema gravedad.
Se han realizado numerosas clasificaciones de las drogas atendiendo a diversos criterios, tales como su situación legal, su capacidad para producir dependencia o tolerancia, o su acción farmacológica. La OMS reconoce seis tipos: 1) morfina y opiáceos; 2) barbitúricos, alcohol y otros sedantes; 3) anfetaminas; 4) cocaína; 5) alucinógenos (LSD y similares); 6) cannabis (marihuana y haschis, entre otros).
Una droga tiene características propias que plantean diferentes tipos de adicción. Por otra parte, cada sujeto puede relacionarse con la droga mediante distintos grados de dependencia. Cada drogadicto es un caso particular; sin embargo, no puede dejarse de lado el contexto familiar y social que lo rodea, así como, en el caso del adolescente toxicómano, la singularidad del momento vital que atraviesa.
Crisis de identidad y droga
La pubertad y la adolescencia son etapas especialmente conflictivas. El joven debe enfrentarse con exigencias nuevas provenientes del interior y el exterior de su organismo, como son la eclosión de su sexualidad y las responsabilidades adultas. Para superar estas dificultades, busca puntos de apoyo, recurriendo a padres o amigos, o a actividades físicas o intelectuales que le permitan encauzar y controlar sus necesidades impulsivas, cualitativa y cuantitativamente renovadas en este período. Se trata de la búsqueda de un equilibrio ante la reaparición de la lucha entre los impulsos del Ello y las exigencias del Superyó. Este objetivo no siempre se logra, ya sea por una insuficiente capacidad de tolerancia a los cambios, ya por un fracaso en la respuesta de la familia y el medio a las demandas del joven. Si un adolescente en esta situación entra en contacto con la droga, notará, eventualmente, que los efectos del fármaco disminuyen su ansiedad, calman su culpa, es decir que le ofrecen un alivio mágico a sus problemas.
Por otra parte, en este período se producen profundas crisis de identidad ante la pérdida de la relativa estabilidad lograda durante los años de latencia. A. Aberastury describe la crisis adolescente como un duelo referido a tres pérdidas: la del cuerpo infantil, la de los padres de la infancia y la de la idergidad infantil. La identidad fluctuante y las crisis de confusión pueden llevar al adolescente, cuando no encuentra continencia en el grupo familiar, a la búsqueda desesperada de otros grupos o de pandillas que le garanticen un sentimiento de pertenencia y algún tipo de identidad. En este sentido, algunos autores sugieren que el drogadicto tendría un sentimiento de vacío, de carencia de identidad, y que trataría de "inventarla" a través de la droga.
El adolescente drogadicto sería aquel que no ha podido soportar la angustia, asumirla y elaborarla, y que ha elegido, por ello, el camino de la evasión. El factor social puede tener una influencia muy importante en esta elección.
En efecto, determinados ambientes ofrecen los modelos y caminos facilitadores de la toma de contacto directo con la dro ga. En el hecho de optar por tales caminos iría implicada la negación como forma de enfrentar fracasos y frustraciones, en el marco de una sociedad consumista y de alta competitividad. La situación se agrava cuando el joven adicto se ve juzgado y rechazado por la familia, por lo que se acoge entonces a la solidaridad patológica del grupo toxicómano.
Sin embargo, no todos los adolescentes que acceden a la droga se convierten en adictos, sino sólo aquellos que, por diversos factores, han desarrollado una predisposición personal. Esta personalidad se caracteriza por poseer un Yo débil, con incapacidad para tolerar la angustia y los fracasos.
Personalidad y medio en el toxicómano
  1. El toxicómano es inmaduro, de carácter inestable, y presenta tendencias narcisistas y autodestructivas. La imposibilidad de enfrentarse a realidades frustrantes lo lleva a recurrir a mecanismos omnipotentes y de idealización que le permitan negar la angustia y crear la ilusión de seguridad y plenitud. La droga simboliza, para ellos, el objeto ideal que debe protegerles contra toda frustración y ansiedad.
  2. La dependencia de drogas se puede comparar al hambre infantil y a la perentoria necesidad de ingerir alimento que la aplaque. Tal dimensión e importancia que pone en peligro la salud y la existencia en la sociedad en millones de personas; afectan principalmente a los adolescentes y niños ya que buscan una salida fácil a los problemas familiares u otros motivos. En el toxicómano prevalece una forma de relacionarse con la realidad que tiene un origen precoz y que constituye un tipo de vínculo de adicción. Ello consiste en la búsqueda imperiosa de una actividad que proporcione de forma inmediata la ilusión de satisfacción ante la imposibilidad de hacer frente a los sufrimientos y angustias reales.
  3. En este sentido, se habla, respecto a las toxicomanías, de una regresión a la etapa oral del desarrollo psicosexual.
    Una tesis altamente aceptada es la que define a la droga-dependencia, como la necesidad irresistibles del consumo continuo de droga con el fin de alcanzar un determinado grado de placer para evitar sensaciones desagradables
  4. La droga brinda al toxicómano sensaciones de euforia y bienestar, pero, tal como señala Savitt, sus acciones se dirigen tanto hacia la finalidad de alcanzar un objetivo gratificante, cuanto a librarse de un dolor no tolerado.
  5. Al mismo tiempo la droga actúa como un objeto que frustra permanentemente; pasado su efecto, el sufrimiento se hace más insoportable. La depresión y la ansiedad consiguientes aumentan la necesidad de recurrir nuevamente a ella, lo cual, sumado a la dependencia farmacológica, aferra al sujeto a la relación adictiva.
La importancia del componente oral en el desarrollo de las toxicomanías ha sido puesta de manifiesto por numerosos autores. Rosenfeld, entre otros, llama la atención sobre los procesos de incorporación y destete que se reproducen en las conductas de aspirar, inhalar o ingerir, involucrados en las distintas toxicomanías. Savitt señala que, en el uso de drogas inyectables, se regresaría a un estado preoral, buscando, en el sistema vascular, un equivalente al vínculo fetal con la madre. Ello reflejaría la abrumadora necesidad psíquica, en estos individuos, de fusión total con la madre.
Por lo general, se trata de familias desunidas o inestables, que produjeron carencias afectivas difíciles de superar. Podría tratarse de padres despreocupados o castigadores, o, por el contrario, excesivamente indulgentes. La muerte o ausencia de uno de los padres puede constituir un factor desencadenante. Los padres, aun estando presentes, pueden estar de hecho ausentes en sus funciones con respecto al hijo, al ser incapaces de poner límites y poder pasar de la indiferencia al castigo sin solución de continuidad. Suelen ser padres incongruentes, que descargan sobre sus hijos sus frustraciones y conflictos. A menudo, su conducta contradice sus palabras; es frecuente encontrar algún tipo de adicción, como el alcoholismo, en uno de los padres.
Perversiones
Las perversiones son comportamientos sexuales regresivos en los cuales hay una sustitución parcial o total de la sexualidad adulta por componentes de la sexualidad infantil.
Las perversiones sexuales no se han considerado en todos lo casos como enfermedades. Representan una desviación de lo que en la sociedad se considera generalmente normal, y sólo hay que tratarlas cuando afectan o hieren a otras personas en su dignidad y en su integridad física o mental.
El punto de partida para su comprensión es el descubrimiento, por Freud, de la sexualidad infantil, y la comparación por él establecida entre los fines sexuales del niño y los del perverso.
Las perturbaciones de la organización sexual en el púber y adolescente están caracterizadas por un exagerado fortalecimiento de una pulsión parcial o por una regresión a un estadio anterior. Se explican estas alteraciones por la eclosión de la sexualidad, superado el período de latencia, y por la reactivación de la conflictividad edípica.
Hasta que el púber pueda elaborar sus distintas ansiedades y fantasías, relacionadas con los cambios ocurridos en su cuerpo, y asumir una identidad sexual definida, habrá de pasar inevitablemente por perturbaciones de su sexualidad que, de alcanzar una intensidad y una persistencia exageradas, se constituirán en verdaderos síntomas de perversión.
Sobre el origen de las perversiones existen diferentes formulaciones. Se acepta, generalmente, que constituyen regresiones de conductas y deseos sexuales a modos infantiles. Las teorías dinámicas agregan el carácter de defensas patológicas contra angustias primitivas. En este sentido, se atribuye el rechazo de la sexualidad adulta, y el apego a la infantil, a la angustia de castración.
La perversión puede surgir, en el púber, de la relación con una madre que le ha hecho creer que puede ser su pareja y que no necesita crecer ni tener que envidiar al padre. Así, el deseo de ser adulto estaría ausente, y se evitaría, de este modo, la conflictividad edifica.
Se pueden clasificar las perversiones en dos categorías: respecto al objeto sexual y respecto al fin sexual. La primera incluye homosexualidad, fetichismo, zoofilia, autoerotismo, travestismo, etcétera. Pertenecen a la segunda el sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo y el voyeurismo.
Homosexualidad
Es un trastorno donde el adolescente posee intereses sexuales por otros del mismo sexo
Al igual que otras perversiones, la homosexualidad no tiene el mismo valor en niños que en adultos. Durante el período de latencia y en la pubertad, es frecuente que los niños rechacen a sus coetáneos del sexo opuesto y formen grupos de amigos, separadamente, los varones y las niñas. El período de doce a catorce años fase del "grupo homosexual", altamente variable según las épocas y costumbres de los distintos medios sociales. Lo importante es destacar que el alejamiento y el menosprecio del sexo contrario son comunes en estas edades, y pueden considerarse como una fase normal de la evolución hacia la heterosexualidad, que comenzará a definirse plenamente en la pubertad.
Anna Freud destaca que es un hecho frecuente la aparición en la preadolescencia, y aun en la adolescencia, de episodios homosexuales alternados con otros heterosexuales, en los que es sumamente difícil pronosticar su repercusión futura. Muchas conductas, tales como los contactos homosexuales de distinto tipo, o los comportamientos propios del sexo contrario, deben valorarse según su frecuencia e intensidad, así como la edad en la que se produzcan.
Una franca homosexualidad después de la pubertad constituiría una perversión propiamente dicha, si bien pueden existir, más precozmente, tendencias en este sentido que, cualitativa o cuantitativamente, se aparten de la normalidad. Numerosos estudios realizados entre homosexuales adultos muestran que las primeras manifestaciones desviadas comenzaron, en la mayoría de los casos, antes de la edad puberal.
Partiendo de la existencia de tendencias bisexuales innatas, se puede entender la homosexualidad como el resultado de diversas interferencias en el desarrollo psicosexual que determinarían el predominio del componente homosexual sobre el heterosexual. Los factores que pueden intervenir en este sentido son muy diversos:
  • Rechazo por el progenitor del sexo opuesto
  • Estimulación psíquica y física excesiva del progenitor del mismo sexo
  • Seducciones homosexuales por parte de niños mayores o adultos
  • Carencia de contacto con personas del sexo opuesto.
La relación con los padres y, en particular, su papel en el establecimiento de las primeras identificaciones, así como la forma en que se desarrolle la conflictividad edípica, son elementos de fundamental importancia para la futura definición sexual.
Los principales psicodinamismos implicados en la homosexualidad masculina serían los siguientes:
  1. Identificación con una imagen femenina por ausencia del padre o dominio de la madre en la pareja parental
  2. Fracaso de la identificación con la imagen masculina por miedo u odio a un padre sádico o autoritario
  3. Predominio de la fijación libidinosa hacia el padre por ausencia de la madre
  4. Defensa contra la agresividad dirigida hacia el padre
  5. Fijación en impulsos pre-genitales.
En la homosexualidad femenina serían los siguientes:
  1. Resentimiento y frustración con el padre
  2. Identificación con el padre para poder amar a la madre
  3. Fijación a la madre idealizada como necesidad de retenerla, aunque, a veces, la identificación encubra un odio profundo.
Aproximadamente 5 de cada 100 individuos presentan esta tendencia homosexual, en una sociedad abierta deberían tener las mismas posibilidades educacionales y laborales.
Muchas parejas del mismo sexo desearían documentar su convivencia mediante una unión similar al matrimonio, también en el plano social, hasta hoy no tienen ese derecho
Fetichismo
Es el apego emocional o excesivo o el impulso sexual dirigido a un objeto inanimado. Puede tratarse de prendas femeninas, muñecos, trozos de tejidos u objetos de diversa índole. También puede referirse a una sobrevaloración erótica de una parte del cuerpo humano, como cabellos, el pie, etcétera.
Freud señala como elementos comunes, entre el niño y el adulto fetichistas, la fuerte carga libidinal depositada en un objeto. En el adulto, el objeto fetiche es necesario para la excitación sexual, En la pubertad o la adolescencia, el fetichismo puede convertirse en perversión, en la que el objeto fetiche sirve de vía de descarga principal de las mayores excitaciones sexuales. En la adolescencia, se agudiza la angustia de castración, y el fetiche sería una defensa contra tal temor al negar esta castración. Para Freud, el fetiche representa el pene de la madre, es decir, la negación de la ausencia de pene en la mujer.
Exhibicionismo
El exhibicionismo como perversión consiste en la exhibición morbosa de los órganos genitales como medio de obtener excitación sexual.
En el perverso, la exhibición genital .tiene el carácter de instinto parcial para superar el temor a la castración. El sujeto busca provocar una reacción en los demás como prueba de su posesión de pene. Existiría la fantasía subyacente de que la mujer le exhibiera el suyo.
A partir de la adolescencia, el exhibicionismo puede tener las mismas características de perversión que en los adultos. Autores como Basquin y Trystram encontraron que, en los adolescentes, el exhibicionismo no se producía como un núcleo perverso aislado, sino asociado a otras manifestaciones como masturbación y agresiones.
El exhibicionismo genital es un trastorno que se presenta en los hombres. En las mujeres suele desplazarse a todo el cuerpo, es decir, reemplazando el deseo infantil de exponer los genitales por el de exhibir el cuerpo con excepción de los genitales.
A menudo se da en personas con una personalidad insegura.
Voyeurismo
Es una desviación consistente en la desviación de graficación sexual mirando aspectos del cuerpo especialmente relacionados con las zonas erógenas. Como perversión adulta se define como la excitación y satisfacción sexuales mediante la observación de los genitales de otras personas, de sus cuerpos desnudos, o de la realización del acto sexual.
En la pubertad, reaparecerá con gran intensidad el deseo y la atracción hacia la contemplación de los genitales. Frecuentemente, es motivo de sentimientos de culpabilidad y vergüenza.
La interpretación psicoanalítica de esta perversión, tal como la refiere Fenichel, se relaciona con fijaciones a experiencias infantiles provocadoras de angustia de castración, tales como la contemplación de genitales adultos o de la relación sexual entre los padres. En algunos casos, el acto voyeurista puede adquirir connotaciones sádicas, cuando predomina la fantasía inconsciente de destruir al cuerpo o a la pareja espiados. Las tendencias voyeuristas perduran normalmente en la sexualidad adulta como componente infantil integrado en la genitalidad y forman parte, muchas veces, de los preliminares del coito. En la perversión voyeurista, se trata de la forma dominante o exclusiva de expresión sexual.
Travestismo
Consiste en el hecho de vestirse con ropas del sexo contrario y adoptar actitudes de dicho sexo. Es frecuente en los niños pequeños y, sobre todo, en las niñas, disfrazarse con ropas de hermanos o adultos del sexo opuesto. Se convierte en patológico cuando se vuelve hábito o necesidad.
Freud sugiere, entre otras las siguientes posibilidades: vestirse de mujer puede significar, para algunos, la búsqueda del amor materno, al negar la virilidad que, real o imaginariamente, entiende como mal vista por su madre. En otros casos, la rivalidad fraterna puede llevar a tomar la apariencia del hermano de sexo opuesto, al que se considera el preferido. Señala dicha autora, asimismo, que sólo cuando el disfrazarse vaya acompañado de muestras de excitación sexual puede considerarse indicativo de perversión en el adulto.
El travesti, al igual que el fetichista, se niega a aceptar la carencia de pene en la mujer; lo particular de esta última perversión es que el sujeto se identifica con la mujer fálica inconscientemente fantaseada.
Masturbación compulsiva
Es la palpación ansiosa y morbosa de los órganos sexuales. Existe un sentimiento de culpabilidad y un temor al castigo muy intensos. El sujeto desea interrumpir esta práctica, pero le resulta imposible hacerlo.
La masturbación compulsiva puede ser la expresión de impulsos pregenitales sádicos. Revela conflictos centrados principalmente alrededor de la hostilidad y la agresividad, así como también de la expectativa de castigo correspondiente. La agresión puede estar dirigida contra una figura parental, a la que se ataca por sentimientos de odio y exclusión, o hacia el propio Yo del masturbador, implicando tendencias autodestructivas. A veces, la masturbación compulsiva constituye la expresión de sentimientos omnipotentes que manifiestan fantasías de autoabastecimiento, en el sentido de poder prescindir del entorno. Junto con otros síntomas puede denotar un peligro alejamiento de la realidad.
Se puede mantener en el adulto como práctica patológica, con características adictivas, y excluyendo la actividad sexual normal.
Sadismo
Se refiere a la obtención de placer mediante la tortura de otros. Éstas personas consiguen el orgasmo cuando tienen la posibilidad de provocar dolor, heridas o también humillaciones a su pareja. Con frecuencia estas personas son incapaces de mantener una relación sexual normal.
La delincuencia
Los factores psicológicos y sociales previos
La delincuencia juvenil es un tema de innegable trascendencia, tanto por sus aspectos sociales como por los de tipo psicológico.
Desde el punto de vista sociológico, la delincuencia se refiere a la transgresión de normas y reglas, que son altamente variables en las distintas épocas y de un país a otro. Las edades en las que se puede aplicar la noción de delincuencia juvenil están, en gran parte, en función del ordenamiento jurídico de cada sociedad.
Desde un punto de vista psicológico, la valoración de un hecho como delictivo debe basarse más en sus motivaciones que en criterios externos.
Se puede considerar la delincuencia juvenil determinada por la superposición de tres tipos de factores. El primero se relaciona con una predisposición particular de la personalidad, que corresponde al "carácter antisocial" o a la "delincuencia latente". Este tipo de personalidad se gestaría en las primeras relaciones e identificaciones infantiles con sus padres y su medio.
Interviene, como segundo factor, la gravitación de las influencias sociales y familiares durante el período de latencia y adolescencia, capaces de transformar la delincuencia latente en delincuencia manifiesta. Por último, la delincuencia juvenil puede considerarse como un fenómeno directamente ligado a la adolescencia, no solamente por la edad en que se manifiesta, sino también porque en ella se expresan muchos de los conflictos típicos de este período, si bien emergiendo de forma patológica. Los problemas psicológicos por los que atraviesa el adolescente pueden hacerlo más vulnerable a las conductas delictivas.
En la génesis de la delincuencia juvenil incidirían, pues, factores psicológicos y sociales, pudiendo variar la importancia relativa de éstos en cada caso.
Entre los factores primarios que condicionarán en el niño pequeño la formación de un carácter antisocial, destaca la importancia de los vínculos conflictivos que haya podido tener con la madre, y más tarde con el padre, así como los problemas existentes en la pareja parental. Sin duda, las personalidades perturbadas de los progenitores, las separaciones, las enfermedades, la extremada pobreza, etcétera, pueden despertar gran ansiedad en el niño e interferir negativamente en su desarrollo emocional. Numerosos estudios han comprobado la trascendencia de la pérdida de uno de los padres por abandono o muerte, señalando la evidencia de la relación entre hogares deshechos y delincuencia juvenil.
Teorías psicoanalíticas
Desde un punto de vista psicoanalítico, se han formulado distintas interpretaciones de los psicodinamismos implicados en esta temprana etapa del desarrollo de las personalidades antisociales.
Fenichel encuentra en los delincuentes juveniles un Superyó incompleto o patológico, atribuido, en gran parte, a la imposibilidad de establecer relaciones duraderas e identificaciones estables con la figura parental. Friedlander atribuye la formación caracterológica antisocial a la no resolución del conflicto edípico y a una insuficiente interiorización de la figura paterna, lo que impide al niño aceptar una disciplina y reprimir sus impulsos. En este sentido, afirma dicho autor: los deseos instintivos no se han modificado y aparecen por eso con toda su fuerza. El Yo, dominado por el principio del placer, y falto del apoyo de un Superyó independiente, es demasiado débil para gobernar los deseos que se despiertan en el Ello.
Melanie Klein afirma que su tendencia agresiva los impulsa a atacar los objetos que les rodean, incrementando un cúmulo de ansiedad difícil de tolerar. Esta ansiedad determina, junto con la culpa, la creación de un círculo vicioso que los lleva a la repetición de los actos destructivos no sólo como descarga, sino también como búsqueda inconsciente de castigo que alivie su tensión interna.
Factores ambientales
El vagabundeo, la desocupación, la desmembración familiar, el entorno delictivo son algunos de los agentes mencionados en este sentido. Muchos de estos puntos cobran especial vigencia en la actualidad. El delincuente juvenil suele ser exponente de las ansiedades y tensiones del ambiente social patógeno que le rodea.
Uno de los problemas más graves es el desempleo juvenil. Al margen de las privaciones económicas que puede ocasionar, significa para el joven una marginación y un rechazo por parte de la sociedad, que, al reducirlo a la inactividad, le hará sentirse frustrado en sus iniciativas, culpable por ser una carga familiar y resentido frente a su entorno. Por otra parte, el ambiente en que se desarrolla la vida de numerosos adolescentes en las zonas más pobres presenta características sumamente opresivas. Las viviendas de pequeñas dimensiones, en las que ha de convivir un grupo familiar generalmente numeroso, pueden generar un clima de encierro, falta de intimidad, promiscuidad, etcétera, que llevan al joven a desarrollar gran parte de su vida en la calle. En estas condiciones, el medio le proporcionará abundantes modelos de identificación y numerosos caminos para acceder a la conducta delictiva.
Adolescencia, delincuencia juvenil
La delincuencia juvenil es, esencialmente, adolescente, porque se manifiestan en ella, de forma acentuada, la mayor parte de los problemas que se reactivan en esta etapa de la vida. Las crisis emocionales que se producen por los inevitables cambios corporales y psicológicos pueden llegar a crear serias alteraciones en el sentimiento de identidad y desencadenar trastornos de conducta que constituyen defensas contra estas crisis. La actitud psicopática caracterizada por el comportamiento versátil, la falta de responsabilidad y la necesidad de satisfacción inmediata de todos sus deseos, sin soportar postergación, es una de las respuestas ante estas crisis, que se pueden transformar en actos delictivos. Los estados de confusión y los fenómenos de despersonalización, provocados por el desarrollo psicobiológico y aumentados cuando el grupo familiar y el social han fracasado en su rol de continente, se reflejan en la búsqueda desesperada por "instalarse" en un grupo que confiera cierta solidez a su tambaleante identidad. El grupo ofrece la ventaja de ser depositario de las ansiedades del joven; también puede proyectar en sus integrantes los aspectos más conflictivos y rechazados de su propia personalidad. En ciertos casos, los grupos podrán caracterizarse por ser una banda de homosexuales, de drogadictos, o eminentemente delictiva.
El adolescente que ya venga cargado con su predisposición antisocial, incrementada por la influencia de factores familiares y sociales adversos y una personalidad insegura, se incorporará a dichas bandas con la finalidad de encontrar un grupo de pertenencia que lo contenga y le confiera alguna forma de identidad, aunque se trate, de una "identidad negativa", para éstos jóvenes es preferible ser alguien perverso, indeseable a no ser nada.
Estos jóvenes son incapaces de instrumentar el pensamiento racional y de ponerlo al servicio de un planeamiento anticipatorio, con ausencia de previsión sobre la consecuencia de sus propios actos.
Estos muchachos utilizan el lenguaje verbal como técnica de inducción sobre las personas; son rápidos para percibir las debilidades de los demás y aprovecharlas en beneficio propio. En sus relaciones personales, tienden a cosificar los vínculos, tratando a quienes los rodean como instrumentos y objetos para sus fines. No pueden establecer lazos afectivos, y padecen grandes dificultades para amar y tener amigos. Tienden, por lo general, a la mentira y al engaño de forma crónica, así como a la provocación e intimidación de compañeros y extraños.
Suelen actuar como líderes psicopáticos de pandillas, sometiendo a los integrantes a sus mandatos y caprichos. Es frecuente que recurran a las fugas repetidas de casa, robo, vandalismo, al vagabundeo, y, en ocasiones, al abandono definitivo del hogar,
En definitiva, la típica conducta desaprensiva, y a veces delictiva, de estos jóvenes es el resultado de su imposibilidad de elaborar adecuadamente las vicisitudes de su propio crecimiento y las relaciones conflictivas con sus padres y con el ambiente social, vivido como amenazador y frustrante.

trastornos de la infacia

Trastornos de la infancia
La Infancia
Cada niño nace en el centro del seno de su familia. El íntimo contacto precoz entre la madre y el niño, inmediatamente después de su crecimiento tendrá un elevado significado emocional para la necesidad mutua de intercambio.
La madre tocas las manos y el cuerpo de su hijo recién nacido, acaricia cariñosamente la cara del neonato. De cierta manera mantiene una conversación directa con su hijo cara a cara. Por su parte el niño respira una sensación visible de tranquilidad cuando capta sobre el pecho de su madre el latido cardiaco y la voz, que le resulta sumamente familiar por su experiencia prenatal.
Está etapa esta comprendida entre los 3 años ( primera infancia) hasta los 10 años ( infancia tardía – edad escolar básica) en la cual el niño vivirá miles de experiencias en al interior del hogar, escuela y comunidad.
En la cumbre de la UNICEF, en septiembre de 1990, mas de 60 jefes de y de gobierno hicieron la solemne promesa de instaurar, desde su ámbito de responsabilidad, las medidas necesarias y oportunas para erradicar la desnutrición masiva, enfermedades evitables y el analfabetismo hasta el año 2000. El unificado será inspeccionado por la Naciones Unidas y se controlará regularmente, un signo de esperanza para los niños de la tierra.
Los niños no son pequeños adultos sin embargo, necesitan la relación con personas adultas que comprendiendo su condición de niños, les acompañen y ofrezcan cuidados, seguridad y estimulación efectiva.
El nacimiento de un niño supone simultáneamente el nacimiento de una familia.
Enfoque de los trastornos psicológicos
El estudio de trastornos psicológicos es el estudio de problemas de la vida y dicho con sencillez, comprende el estudio de patrones de conducta que en la sociedad se consideran como "anormales".
El funcionamiento humano eficiente o "normal" es en parte la ausencia de patrones anormales de acción, conocimiento y emoción.
  1. Trastornos del sueño
De 0 a 12 meses
Cada niño posee un ritmo propio de sueño que, habitualmente, no coincide con el requerido por la madre o por los hábitos . El niño tiene sus propios métodos para realizar el tránsito del estado de vigilia al de sueño, por ejemplo mediante actividades autoeróticas. Sin embargo el desconocimiento de las necesidades naturales del bebé puede crear las primeras dificultades con le funcionamiento normal de los procesos de satisfacción de los impulsos y/o necesidades.
Antes del año, el bebé una vez satisfechas sus necesidades corporales y cuando no interfieren otros problemas, puede quedarse rápidamente dormido, ya que el sueño va íntimamente ligado a la impresión de saciedad. Durante los primeros meses, el despertar está estrechamente vinculado a la sensación de hambre, y el adormecimiento a la de satisfacción. A fines del primer año los estados de vigilia son frecuentes ya que se amplían los intereses de los niños, quien se torna cada vez más activo.
Se entiende que los trastornos del ritmo habitual del sueño suelen estar relacionados con dificultades en la o con trastornos de relación.
Durante el primer trimestre de vida, pueden darse dificultades en conciliar el sueño a causa de varios factores:
  • Inadecuada aplicación del régimen alimentario
  • Rigidez en los horarios
  • Tomas mal compaginadas con las necesidades del niño
  • Falta de estimulación en general.
También puede darse una sobreestimulación que provoque en el bebé un estado de hiperexcitabilidad que le impida dormir. Un ausencia del contacto incidirá igualmente en el trastorno.
Algunos niños, sobretodo los hiperactivos, tienen más dificultad que otros para conciliar el sueño, y necesitan, por ello, y ambiente más acogedor y tranquilizante, pero con todo debe tenerse en cuenta los factores anteriormente citados.
A partir del tercer mes la falta de estimulación general y de contacto afectivo se convierten en causa primordial de los trastornos del sueño.
De 12 A 24 Meses
Independientemente de que durante el primer año de vida el bebé halla establecido un buen ritmo de sueño producido sin problemas, a lo largo del segundo año aparecerán dificultades para conciliar el mismo.
El niño suele estar excitado ante el nuevo campo de posibilidades que le ofrecen sus recientes adquisiciones, sobretodo las relativas al dominio de la marcha: surgen también inquietudes relacionadas con la problemática de la individuación. Ante este estado de cosas, dormir ya no es la solamente la respuesta automática a una necesidad corporal, sino que el niño precisa abstraerse de sus intereses para conciliar el sueño. Como esto no es fácil y produce un importante de ansiedad, el niño trata de mantenerse despierto utilizando todos los medios a su alcance.
La incapacidad para soportar el comienzo de la auton omía, por lo que ésta supone la separación de la madre, hacen que las llamadas de atención hacia ésta sean continuas mediante múltiples medios que provoquen su presencia: lloros, ritos, utilización de rituales (que pueden llegar a constituir auténticos ceremoniales), etc. Estos rituales se manifiestan de distintas formas, por ejemplo, exigiendo que la madre se quede en determinado lugar, que se quede un rato junto a él después de apagar la luz, que le acunen, que le cuenten historias, etc. Hay otro de rituales, que ejecuta el niño en el modo de acostar, arropar y hacer dormir a todos sus muñecos como acto previo a su propio descanso.
Otros medios a los que recurre el niño de esta edad para conciliar el sueño, algunas de las cuales son una continuación de la etapa anterior (mecerse, balancearse, succionarse el pulgar, masturbarse, etc.), todo lo cual le permite dormirse el recurso a los "objetos transicionales" –osos de peluche, muñecos, mantas– es otra forma de conjurar la angustia y posibilitar la transición del estado de vigilia al sueño.
Hay una serie de factores de carácter externo que provocan ansiedad y perturban el sueño. Entre ellos pueden citarse los horarios irregulares, un ambiente ruidoso y agitado, y la sobreestimulación del niño por parte de los padres.
Otro factor ansiógeno se añade cuando el niño duerme en la habitación de los padres. Igualmente las imposiciones excesivas en el terreno educativo respecto a la motricidad, el lenguaje y la limpieza producen fuerte ansiedad, que repercute en ansiedades para dormir.
De 2 A 5 Años
Durante la fase de sueño hay una ruptura con el mundo exterior y una disminución de las funciones vegetativas y de relación.
La cantidad de horas que duerme el niño, así como la profundidad de su sueño y su distribución durante las 24 horas del día, depende de las diferentes etapas del desarrollo, ya que la evolución del sueño es paralela al proceso de maduración orgánico-funcional.
Las muestras de ansiedad, relacionadas con el sueño durante el segundo año, se dan en forma de dificultad para irse a la cama, porque ello supone separarse de la madre. Si la estimulación durante la vigilia no es adecuada, y no va acompañada de un buena relación, el sueño se verá interrumpido y aparecerán diversos trastornos
Entre los 3 y 5 años, el sueño tiende generalmente a normalizarse, aunque pueden continuar algunas dificultades, tales como despertarse varias veces durante la noche, llamar a la madre, padecer sueños desagradables, etc.
A estas edades los niños se niegan a hacer la siesta.
Los trastornos que pueden aparecer en ésta época son:
  • Miedos
  • Rituales y Automatismos
  • Pesadillas
  • Terrores Nocturnos.
Miedos
El niño experimenta el miedo y la angustia en forma combinada. Los miedos suelen ser bastante frecuente s entre los dos y dos años y medio, los niños tienen miedo a la oscuridad y a estar solos, piden la luz de la habitación o del pasillo encendidas, el interruptor cerca, y requieren a menudo la presencia de la madre para tranquilizarlos y conciliar el sueño.
Hacia los tres años y medio. Los miedos se concentran en los pequeños animales (bichitos en la cama). Por el contrario, a los cinco años los temores se centran en los grandes animales (bestias salvajes).
Estos miedos sueles calmarse con la presencia de los padres y acostumbran a desaparecer sin llegar a constituir un importante, siempre que los progenitores traten de comprenderlos y tranquilizar al niño para que éste pueda sentirse protegido.
Cuando las pesadillas son muy frecuentes y muy terroríficas, y los miedos van en aumento, son síntomas de un trastorno de la personalidad del niño.
Rituales y Automatismos
Los rituales a la hora de acostarse se dan frecuentemente entre los dos y tres años y medio, y sirven al niño para tranquilizarse y calmar su angustia, permitiéndole conciliar el sueño.
El niño, a estas edades, tiene miedo a la oscuridad y a la soledad, y por lo tanto puede pedir (o exigir) a la madre que se quede un rato con él, que le cuente historias antes de acostarse o que lo acaricie y acune.
Algunos niños se succionan el pulgar, hacen ruidos moviendo repetidamente la lengua, los labios y se acarician el cabello, las orejas o la mejilla con la mano. Otros sólo pueden dormirse con un trozo de tela , una almohada o cualquier otro objeto, que siempre debe ser el mismo y cuenta con características determinadas, con el que el niño se frota la cara, lo aprieta entre las manos o simplemente duerme con él al lado.
Es frecuente también que el niño necesite tener a su lado para dormir un muñeco o su animal preferido. Por lo que éste se convierte en su compañero inseparable, a la hora de acostarse.
Los automatismos son ruidos o movimientos persistentes, tales como el rechinar o entrechocar los dientes. Antes de los 3 años puede observarse SOMNILOQUÍA, que es la expresión de algunas palabras sueltas emitidas por el niño mientras está dormido, puede persistir hasta edades escolares, y está relacionado con la ansiedad.
Pesadillas
Las pesadillas constituyen otro frecuente trastorno del sueño. Durante las mismas el niño se mueve, gime y se despierta.
La pesadilla es una forma de expresión de la ansiedad que se concreta en imágenes durante los sueños que el niño siente como reales.
Paralelamente a la pesadillas, pueden darse también rituales en el presueño y miedos durante la noche.
A estas edades, el niño tal vez explica lo que le ha pasado; llora porque ha tenido una pesadilla, y cuando acude a la madre, le dice que tiene miedo y que no quiere estar solo sin que sepa explicar la naturaleza de su sueño terrorífico.
Terrores Nocturnos
En los episodios de terrores nocturnos, el niño, a las 3 ó 4 horas aproximadamente de haberse dormido, comienza a gritar, gesticula y se agita pidiendo auxilio, como si tratara de apartar de él fantasmas que lo atacan. Cuando los padre acuden, le encuentran sentado en la cama o levantado, visiblemente angustiado y con expresión de terror, diciendo cosas que no siempre son comprensibles. No reconoce a las personas que están con él, ni suele contestar coherentemente a las preguntas que se le hacen. Sin alcanzar a despertarse totalmente, se va tranquilizando y vuelve a quedarse dormido. Estos episodios suelen repetirse durante varias jornadas una vez por noche, generalmente a horario fijo.
Si estas crisis son frecuentes, el niño se siente más cansado de lo normal durante el día. Algunos niños que no presentan grandes dificultades sufren algunas crisis ocasionales de terror nocturno. Pero este fenómeno aislado y esporádico suele obedecer a un momento de angustia en él, y remitirá en cuanto esta desaparezca, pero su reiteración es evidentemente, patológica.
Las pesadillas son más frecuentes que los terrores nocturnos, aunque las primeras suelen darse más tarde, entre los 8 ó 10 años, mientras que los terrores nocturnos se sitúan entre los 3 ó 4 y 7 años.
De 5 A 10 Años
Sonambulismo
El niño sonámbulo se levanta durante la primera parte de la noche, actuando, automáticamente, con los ojos abiertos, la mirada fija y movimientos inseguros. Después de deambular por unos minutos, durante los que puede realizar diferentes acciones, sean o no coherentes, tengan o no algún sentido lógico, vuelve a la cama o se deja llevar fácilmente por cualquier persona. Al despertar no recuerda lo ocurrido.
La edad de aparición se da entre los 7 y 8 años, con más frecuencia en los varones.
Mediante la exploración de la mentalidad del sonámbulo, se ha observado que lleva consigo componente ansiosos o depresivos.
Insomnio
La dificultad de conciliar el sueño, o el despertarse frecuentemente de forma prolongada durante la noche, son síntomas que obedecen a conflictos propios del niño o a una perturbación de la vida familiar.
A partir de los 5 años estas anormalidades, si se presentan de forma persistente, son, síntoma de una perturbación de la personalidad, cuyo significado será distinto según el niño, por lo que deberá estudiarse cada caso en particular.
Las Pesadillas
Las pesadillas son otro de los trastorno del sueño: el niño se mueve, gime, y termina por despertarse, explicando a los padres los terribles sueños que ha tenido.
Se deja tranquilizar seguidamente con facilidad, aunque algunas veces tiene miedo de volverse a dormir, pues cree que se repetirán los sueños desagradables.
Las pesadillas siguen siendo, a esta edad, la expresión de la ansiedad, concretada en imágenes de los sueños que el niño vive como reales.
  1. Trastornos De La Alimentación
  2. En el primer año, las separaciones traumáticas son seguidas, a menudo, de rechazo de alimento; pero también puede suceder todo lo contrario, es decir, que el niño muestre una excesiva necesidad de alimento; en este último caso, la comida cumple la función de sustituto materno.
    Los primeros trastornos de alimentación aparecen en relación con la lactancia.
    Algunos niños ya en las primeras semanas de vida, rechazan el pecho o el biberón.
    Al principio muestran pasividad ante la comida, no realizan los movimientos de succión y, al cabo de un tiempo, se niegan a comer. Las dificultades pueden ser fisiológicas (reflejo de succión demorado, poca necesidad de alimento) o psicológicas; en este caso, como reacción negativa automática ante la ansiedad de la madre.
    Por parte de ésta, los obstáculos relaciona dos con el flujo de la leche o la forma del pezón, o los factores psicológicos, como una respuesta ambivalente y ansiosa del amamantar a su hijo, son también causa de rechazo temprano.
    Un trastorno frecuente es el rechazo de alimentos en el período del destete. El bebé puede reaccionar con pasividad, sin cooperación, o bien con un rechazo abierto, oponiéndose a ingerir la comida con llanto, agitación o vómitos. Estas dificultades pueden prevenirse si el destete se lleva a cabo en forma gradual, teniendo en cuenta lo que ello supone para el bebé.
    Una adecuada información hacia la madre por parte de los ginecólogos y de los pediatras puede ser de gran utilidad en relación con ello.
    Cuando estos trastornos no son excesivos, se traducen en desagrado hacia ciertas comidas, inapetencia, aversión por consistencias y sabores nuevos, o en ausencia de placer en la esfera oral. En ocasiones ocurre lo opuesto dando paso a una excesiva voracidad.
    Cualquiera que sea la actitud dominante en los procesos de la alimentación, ésta también ejerce importantes influencias sobre otros campos del desarrollo. La relación comida-madre, propia de los primeros meses, fundamente la convicción subjetiva de la madre de que el rechazo del niño hacia las comidas expresa también el rechazo de su atención y cuidados, lo cual origina una hipersensibilidad durante los procesos alimentarios. Son importantes las reacciones de los padres respecto a estas dificultades, puesto que, si la madre tiende a preocuparse o a forzar con extrema rigidez la alimentación, se crean círculos viciosos en que la hostilidad y tensión habrán de predominar, convirtiendo los verdaderos actos de comer en verdaderas luchas entre la madre por conseguir, cada uno, sus objetivos..
    Más adelante estos trastornos se pueden generalizar en dificultades para incorporar alimentos o adquirir nuevos conocimientos y aprendizajes.
    A menudo estos trastornos son pasajeros, pero pueden dejar secuelas que pueden complicarse posteriormente.
    Regurgitación o Rumiación
    Una dificultad muy seria en el proceso alimentario, que comienza entre los tres y seis meses de edad y puede persistir durante mucho tiempo. El lactante devuelve a la boca, voluntariamente, parte de su contenido gástrico, masticándolo con fuerza antes de volverlo a tragar.
    La regurgitación o rumiación se produce en cualquier momento, entre dos tomas de alimento, siempre que el niño se encuentre solo y no haya ninguna persona que le dedique su atención. Por esta razón difícilmente puede observarse como lleva a cabo el acto en sí. El bebé permanece quieto y hace muecas, frunce el ceño, dobla el labio inferior, saca la lengua y proyecta la mandíbula hacia delante. Asimismo arquea la espalda y contrae los músculos abdominales, efectuando, al mismo tiempo, movimientos rítmicos de masticación hasta que el alimento retorne a la boca. Algunos niños se ayudan introduciendo sus dedos u otros objetos en la boca. Parte de este material es vuelto a tragar de nuevo, mientras que el resto se escupe sin esfuerzo.
    A pesar de que son lactantes habitualmente quietos, tristes, y que yace inmóviles durante horas, experimentan con la rumiación u extremado placer y pueden continuar haciendo movimientos de succión como si buscarán la obtención de una satisfacción oral que no pueden obtener por otras causas.
    Cuando este acto de rumiar se regulariza, conlleva pérdida de peso, crecimiento deficiente, distrofia grave y deshidratación. En casos extremos, si no se resuelve a tiempo, pueden llevar a la muerte por inanición.
    Las investigaciones al respecto muestran que hoy no hay ningún tipo de anomalía orgánica anatomofisiológica. Los factores etiológicos del síndrome de la rumiación corresponden a las dificultades graves, o a la carencia de relaciones entre la madre y el lactante.
    Los estímulos externos no atraen su atención ni modifican su actitud. Su estado es de completa pasividad, pero la mirada es extremadamente expresiva e intensa, a pesar de la triste expresión facial y el aspecto demacrado. Paralelamente a lo descrito, suelen darse otros trastornos de carácter más o menos grave. Richmond describe rasgos neuróticos, características autistas, juegos con materias fecales y balanceos del cuerpo.
    Aunque se puede evitar el acto de rumiación mediante constante atención y distrayendo al niño, una mejoría importante sólo puede darse merced al restablecimiento de una buena relación entre la madre y el niño.
    En ocasiones la regurgitación puede confundirse con los vómitos, pero cabe diferenciar que éstos son involuntarios, se realizan con esfuerzo, y el bebé expulsa al exterior todo el material gástrico.
    Los Vómitos
    En los vómitos, la fuerza es proporcionada por fuertes contracciones de la musculatura abdominal, y pueden tener una gran variedad de causas: trastorno de tipo digestivo causados por un exceso de alimento y favorecidos, en ocasiones, por una demanda excesiva por parte del bebé, actitudes sobreprotectoras por parte de la madre, etc. El origen , sin embargo, puede residir en una falta de atención por las necesidades del alimento. En el período neonatal, el vómito también puede ser causado por material irritante deglutido durante el nacimiento. La aerofagia o absorción de aire excesiva entre las tomas de alimento es otra de las causas. No obstante, los vómitos se deben con harta frecuencia a dificultades emocionales que el niño experimenta, y deben entenderse como una llamada de atención equivalente a una protesta, en la mayoría de estos casos, los aspectos emocionales que van ligados a la reacción de vómito de resumen en un miedo a la pérdida de la madre y en sentimientos de abandono.
    A partir del segundo año de vida, madre y alimento se separan en la mente consciente del niño, pero la identidad de las dos imágenes persiste en el inconsciente; la manifestación de trastornos en el proceso alimenticio está en relación con las emociones conflictivas hacia la madre, emociones que se transfieren al alimento como símbolo de ésta. Cuando un niño se opone a la madre y la rechaza, puede manifestarlo a través de la lucha, contra el alimento que ella le ofrece. Algunas madres parecen entender esto cuando, al consultar por un niño que presenta problemas de alimentación, lo hacen con las expresiones del tipo: "mi niño no me come".
    Así, las madres, aun cuando no sean las responsables directas de las perturbaciones alimenticias de sus hijos, puede adoptar un comportamiento que agrave la situación, actuar como vínculo entre el niño y el alimento mucho más allá de lo que es necesario; por ejemplo, al impedir el acceso directo del niño a la comida y las manipulaciones que esto puede conllevar.
    El niño expresa su ambivalencia hacia la madre de forma fluctuante, que comprende desde un ingestión excesiva hasta el rechazo del alimento.
    Los trastornos de alimentación van unidos en esta edad, además, a las fases del desarrollo, de manera que se encuentren alteraciones en relación con la fase anal y con el manejo de la agresión. El niño puede inhibir el apetito y negarse a morder, a masticar o a tragar los alimentos, y todo esto, precisamente, en un momento en que los alimentos sólidos constituyen la base de su dieta. En este período, el acto de morder desempeña la función de expresar la agresión. Si hay una inhibición y se niega a morder, esto quiere decir que le niño experimenta una fuerte ansiedad respecto a las agresiones orales, que, a su vez, puede afectar al placer de comer durante toda la infancia e incluso al de su vida adulta.
    En esta época, los niños utilizan el alimento no sólo como tal, sino también con finalidades placenteras; así, les gusta jugar con a comida, manipularla, untarse con ella, etc.
    Todos los niño carecen de control vesical voluntaria durante el primero y segundo año de vida. El control diurno se adquiere antes que el nocturno. Es hacia los 3 ó 4 años cuando la mayoría de los niños alcanzan control total.
    El hecho de que el niño acceda a dicho control depende de varios factores: Adiestramiento, capacidad de aprendizaje, maduración anatomofisiológica, y todo ello a su vez está condicionado por el desarrollo afectivo del niño, o sea del nivel de la comunicación alcanzado en la relación madre-hijo. Según sea ese nivel el niño puede utilizarlo de modo inconsciente para su propia satisfacción o en oposición a los deseos de la madre.
    Durante el día, normalmente hacia los dos o dos años y medio, el niño controlará sus esfínteres, presentándose antes el control anal que el vesical.
    El control nocturno se adquiere entre los dos y tres años y medio, aunque a veces la madre tenga que intervenir, despertándole para que no "moje" la cama. Esto puede prolongarse hasta los 4 ó 5 años, sin que sea considerado como patológico.
    Cuando el niño dispone a su arbitro de los mecanismos de retención y expulsión, como forma de rebelión, expresa así sus sentimientos de la madre, a la que obliga en cierta forma, a que lo siga atendiendo y limpiando como a una bebé, con resultado placentero para él.
    Los trastornos referentes a esta adquisición son la enuresis y la encopresis.
    Enuresis
    La enuresis es la falta de control en la emisión de la orina, con micciones completas que pueden aparecer durante el día o la noche de forma inconsciente e involuntaria, y que se mantienen o aparecen pasada la edad de adquisición normal. Se da más frecuentemente en niños que en niñas.
    La enuresis puede ser primaria o secundaria. El niño padece enuresis primaria cuando nunca ha conseguido alcanzar el control, y enuresis secundaria si, después de adquirir un control prolongado (próximo a un año), vuelve a dejar de controlar. Las causas pueden ser múltiples, y tienen que ser vistas en relación con cada niño, según su personalidad y trastornos afectivos. No obstante, en cualquier caso está anunciando, a modo de síntoma, que algo no funciona bien y que cl niño necesita ayuda.
    La frecuencia puede ser diaria, como ocurre en la enuresis primaria, o intermitente, según suele darse en la secundaria.
    La enuresis es el síntoma, o sea la forma inconsciente, que utiliza el niño para reclamar la atención y mostrar la necesidad de ayuda. El síntoma enurótico no siempre obedece a un mismo tipo de trastorno emocional, sino que pueden ser distintos conflictos internos los que lo hagan aparecer. Lo frecuente es que el síntoma revele un conflicto emocional más o menos serio que es, en definitiva, lo que deberá resolverse.
    En el niño de dos años, la enuresis Puede coincidir con el despertar de los intereses sexuales, con una separación importante, con el nacimiento de un hermano, o con algún problema familiar grave ante el cual el niño reacciona de forma regresiva.
    No debe confundirse la enuresis con la incontinencia de la erina de origen orgánico, ya que ésta, aunque sea un trastorno involuntario, se sitúa al nivel consciente, y el niño se esfuerza por retener sin conseguirlo. Tampoco cabe confundirla con otras manifestaciones de naturaleza urológica, renal o del metabolismo.
    A continuación un ejemplo de la enuresis como testimonio de un drama
    A sus catorce años, Raquel seguía mojando la cama por les noches: padecía una enuresis nocturna. Sus familiares no habían consultado antes el problema porque pertenecían a un medio rural en que esto se consideraba como una anormalidad fisiológica constitucional.
    La chica se había ido arreglando como podía. Al ingresar en la escuela secundaria, donde permanecía interna durante la semana, todos los lunes se iba provista de sus pañales y, al cabo de poco tiempo —cuando empezó a menstruar—, de compresas higiénicas.
    Desde el internado en que realizaba los estudios, fue enviada al servicio de psicopatología de un hospital. Era la tercera de cuatro hermanos, y la única mujer. A los tres años, viajando en el coche familiar sentada en las rodillas de su madre, en el asiento junto al padre, que era quien conducía, sufrieron un grave accidente en el que pereció la madre, quedando el padre malherido. A Raquel le pareció recordar, en el curso de la psicoterapia que se instauró tras el diagnóstico, que sus padres iban discutiendo acaloradamente antes de que tuviese lugar el choque contra un árbol. Cuando acudieron los primeros socorros, la niña lloraba desconsoladamente, agarrada a su madre muerta.
    Los abuelos maternos se hicieron cargo de lo. cuatro niños tras apartarlos de su padre, por considerar a éste responsable directo de la muerte de su esposa. Con ello, la niña perdió a sus dos progenitores y, al no poder elaborar el duelo consiguiente a la separación de la figura paterna, tan arbitrariamente sustraída, fue alimentando una parte de sí misma que quedó fijada en los tres años de edad. La enuresis permaneció como testimonio de un drama del que no podía tener ni memoria ni recuerdo.
    La psicoterapia le permitió elaborar la pérdida de la madre y recuperar la figura paterna como alguien que había experimentado con la misma intensidad que ella aquel drama familiar.
    Encopresis
    La encopresis es la evacuación intestinal parcial o total que tiene lugar pasada la edad normal de control, siempre que no sea debida a algún tipo de afección orgánica.
    Al igual que la enuresis, la encopresis es más frecuente en los niños que en las niñas; además el encoprético es (o ha sido) también enurético.
    Paralelamente pueden presentarse estreñimiento, diarreas, o ambos a la vez, alternando periódicamente.
    En su forma primaria, el niño nunca ha dejado de ensuciarse, al menos por un tiempo suficientemente largo como para que pueda considerarse que ha alcanzado un control. En la secundaria, aparece una encopresis que coincide, a menudo, con un factor desencadenante: alejamiento de la madre, operaciones o internamientos del niño o de uno de los padres, modificaciones de la estructura familiar (muertes o nacimiento de un hermano, entrada en la escuela, etc.
    A veces, la encopresis parece, la encopresis parece remitir al abrigo de unas circunstancias ambientales muy favorables para el niño, pero puede reaparecer fácilmente.
    Los niños encopréticos padecen en general un tipo de trastorno de la personalidad con características comunes a todos ellos. Presentan dificultades en el manejo de la agresión, son muy dependientes y toleran mal las frustraciones.
    Acostumbran ser ansiosos e indecisos, y presentan dificultades de relación con los demás, especialmente con la madre. A menudo se infravaloran, no confían en sus capacidades primitivas y experimentan un constante sentimiento de fracaso.
    Aunque no debe soslayarse la importancia de la época y la forma en que se realizó el aprendizaje, tampoco se puede atribuir a éste el origen, ya que no todos los niños reaccionan de igual modo ante un mismo método de adiestramiento, ya sea coercitivo o dejado al azar.
    El niño puede mostrarse reacio a regular la evacuación intestinal por diversos motivos: oposicionismo, comportamiento de tipo regresivo, reafirmación de su agresividad, etcétera. Hay algunos niños que experimentan un gran placer con la retención y la excreción de materias fecales, y utilizan estos mecanismos inconscientemente como una forma de autoerotismo.
    La evolución de dicho trastorno no depende de la edad de aparición ni del momento en que se instaura, sino de la gravedad del conflicto que lo provoca y del mantenimiento del síntoma que lo encubre.
    Normalmente, la encopresis no se presenta como un síntoma aislado, sino que va acompañada de otras manifestaciones, aunque éstas no sean tan espectaculares ni, posiblemente, tan molestas.
    Una buena evolución tal vez pudiera facilitarla una modificación de la actitud de la madre, o del sustituto materno, para crear un mejor contacto madre-hijo. En el seno de estas relaciones, en las que reinan simultáneamente la dependencia y la hostilidad, el síntoma actúa como una forma de búsqueda de atención y, a la vez, como un modo de relación hostil.
    Constipación
    La constipación es la retención fecal cuando no existen anomalías anatómicas ni causas dietéticas especiales. Aparentemente, no es un problema importante, pero a la larga suele convertirse en un trastorno crónico y difícilmente reversible. Se considera también como una forma de manipular sus excrementos por parte del niño, quien hace uso de la retención por oposicionismo o negativismo.
    El hecho de que el niño no pueda defecar, o no quiera cuando le correspondería o los padres creen que le convendría, despierta en éstos mucha ansiedad, especialmente durante su aprendizaje. También puede dar lugar a que este estreñimiento se convierta en el centro de interés de los padres, y, de esta forma, el niño pasa a convertirse en objeto de observación y atención.
    La constipación suele instaurarse durante las épocas en que el niño comienza el control del esfínter anal, aunque pueda darse ya anteriormente. En los casos de adiestramiento extremadamente rígido o temprano, aparecen estreñimientos que, posteriormente, pasarán a convertirse en encopresis secundarias.
    Al igual que en los casos anteriores, la retención fecal tiene sus orígenes en causas de tipo psicológico.
    Diarrea
    Las diarreas se incluyen entre los trastornos gastrointestinales cuyo origen es la ansiedad, exceptuando las causadas por una posible acción de agentes infecciosos o alergias alimenticias; pero no hay que olvidar que, en un gran número de casos, intervienen los factores psicológicos. Los bebés que padecen este trastorno, se afirma, suelen ser pasivos. Los factores psicosociales implicados en el inicio de este proceso son la pérdida real, o amenaza de pérdida, de la figura clave, de la que el bebé es muy dependiente. Todo ello comporta en él estados de ansiedad que, al no poder ser elaborada, se traducirán en diarreas.
  3. Trastornos Esfinterianos Y De Evacuación Balanceos
    El recién nacido comienza la vida con sus reacciones gobernadas por un principio interno, de acuerdo con el cual disfruta las experiencias placenteras, rechaza el displacer y lucha por reducir la tensión. Esto es logrado, en ocasiones, a través de las actividades autoeróticas encaminadas a producir satisfacción, que se expresan en forma de descargas motoras que comprenden los balanceos, la succión del pulgar y la exploración del propio cuerpo, según las características propias de cada bebé.
    Estas descargas motoras son frecuentes en el niño normal, y tienden a desaparecer hacia los tres años. Cuando la relación entre la madre y el lactante se ve perturbada, estas actividades autoeróticas tienden a disminuir, y el bebé pierde entonces el interés por su propio cuerpo, o bien se incrementan notoriamente.
    Se han descrito algunos desórdenes del sistema motor por hiper o hipomotilidad (aumento o disminución de las actividades motrices). En algunas ocasiones, y más frecuentemente cuando el niño está en un medio institucional, se manifiesta un balanceo exagerado que, en el desarrollo normal, aparece de un modo transitorio. Cuando el balanceo llega a convertirse en una actividad exagerada, sustituyendo a la mayor parte de las otras actividades normales, entonces se lo considera patológico. Por lo general, tiene lugar más frecuentemente entre los niños hipertónicos, cuyas madres parecen adoptar actitudes que oscilan entre los mimos exagerados y la hostilidad manifiesta. Este fenómeno se caracteriza por la frecuencia y violencia con que se realizan los movimientos del balanceo, pues el niño desarrolla un comportamiento motor mucho más activo que aquel que correspondería a su edad. En los bebés menores de 6 meses, el balanceo suele llevarse a cabo en postura de estar tendido sobre la espalda. Después de los 10 meses, no es extraño observarlo en posición erecta. Son característicos, en el cuadro clínico, la hipermotilidad y el retraso en los sectores del dominio social, puesto que no se ha lo grado establecer relaciones libidinales consistentes. En el orden manipulativo, se observa un retardo en el uso de los juguetes y otros objetos.
    En los niños que manifiestan esta hipermotilidad oscilante, se evidencia un trastorno de las primeras relaciones objetales. Con el balanceo, estos niños encuentran un objeto sustituto: El del impulso narcisista primario, es decir, su propio cuerpo.
    Una característica especial dentro de los balanceos es la que tienen algunos niños de autoagredirse. El head banging u offensa capitis se caracteriza por un amplio balanceo, generalmente anteroposterior, con golpes, en ocasiones muy violentos, de la cabeza contra la cuna o contra cualquier otra superficie a su alcance. Suele producirse por las noches, durante 15 o 20 minutos, y puede ir acompañado de otras ritmias, especialmente la del acunamiento. El bebé alcanza de este modo la satisfacción autoerótica inmediata dirigiendo contra sí mismo la agresividad.
    Los golpes en la cabeza desaparecen hacia los cuatro años y son sustituidos por otro tipo de descargas motoras. En algunos niños pueden persistir hasta los 10 años, aunque con distinto significado.
    Trastornos de la Marcha
    Con la adquisición de la marcha, el terreno de la exploración del bebé se amplía enormemente, sus posibilidades manipulativas se enriquecen, y ya no depende exclusivamente de la madre o del sustituto materno para desplazarse de un lugar a otro o coger las cosas que desea. Si el niño no puede mantener a la madre en su mente, no podrá separarse de ella, porque implicaría perderla. Esto puede ocasionar un retardo en la deambulación o una inestabilidad motriz (inseguridad, caídas constantes, llanto ante el miedo a desplazarse, etcétera), lo que conduce a que sea la madre quien lo acompañe en sus desplazamientos y, de no hacerlo, el niño se verá incapacitado para probarlo por sí mismo.
    Esta actitud muestra cómo el niño es aún muy dependiente de la madre y cómo no puede abandonar esa dependencia. Las consecuencias de lo anterior pueden conducir al niño a un retraso más general en otras áreas, dado que la exploración de lo que le rodea queda muy limitada y, consecuentemente, también sus intereses, que se concentrarán en controlar a la madre y en hacer que ésta le atienda, reclamando su atención a causa de su pasividad y el poco interés ante aquello que le rodea.
    El retraso en la adquisición de la marcha —ya sea por causas de tipo físico, o por las de tipo psíquico mencionadas afecta a la personalidad global del niño. La falta de exploración del medio conlleva una limitación en cuanto a la percepción del espacio, y el conocimiento del propio esquema corporal será más deficiente de lo que corresponde a su edad. En consecuencia, también queda reducida toda el área del conocimiento y puede retardarse la capacidad de verbalizar.
    Con el inicio de la deambulación, y vinculados a ella, pueden aparecer trastornos de la conducta diferentes a los señalados hasta ahora, trastornos que se manifiestan más directamente que los anteriores, en la medida que el niño tiene mayor capacidad de comunicación. Son los que hacen referencia a conductas de tipo desordenado y destructivo, en relación con la fase anal y, en especial, con el nivel del sadismo anal. Este tipo de conductas tiende a desaparecer o a disminuir cuando el niño encuentra nuevas vías de descarga distintas de las motrices, sobre todo aquellas relacionadas con la adquisición del lenguaje.
    Hiperquinesia
    Hiperquinesia es un término usado años atrás para designar sencillamente conductas caracterizadas por un exceso de actividad, inquietud e impulsividad en niños a los que se suponía afectados por algún daño cerebral orgánico’. Con el tiempo, y en la medida que fue imposible demostrar ese supuesto mal, fue sustituido por el de "daño cerebral leve" y, por último, quedó en pie algo tan vago como disfunción cerebral mínima
    Actualmente, la definición de hiperquinesia, según la Organización Mundial de la Salud, debe ser aplicada para aquellos trastornos en que la extrema hiperactividad, pobremente organizada y regulada, la distraíbilidad y la impulsividad son sus más importantes características. El trastorno no es secundario, en forma clara, a ningún otro síndrome psiquiátrico. La agresión y las marcadas fluctuaciones de los estados de ánimo son también síntomas comunes a ella.
    Es así que. una última revisión de esta afección, considera que un rasgo esencial, unido a la hiperactividad, es la manifiesta dificultad que presentan todos estos niños para mantener la atención.
    De tal modo que se ha propuesto un nuevo término para categorizarlo, poniendo énfasis en el trastorno de la atención, a saber trastorno con déficit de la atención e hiperactividad.
    Se inicia el mismo, por lo general, alrededor de los dos o los tres años e incluso antes, pero resulta incómodo y manifiesto al comienzo de la escolaridad. La descripción de estas conductas es bastante característica. El niño "no está un momento quieto", "no puede quedarse sentado", y la actividad —que es extrema— no parece guardar un propósito determinado. No es rara la destructividad, y, en cuanto a la escuela, es imposible su adaptación a ningún tipo de disciplina. Hay un constante tocar y manipular objetos que, al fin, terminan rotos. El niño se distrae con cualquier tipo de impresión por irrelevante que sea, y es casi imposible hacerle mantener la atención. Consecuencia lógica, la escolaridad y el aprendizaje se resienten seriamente.
    Es importante consignar que la gran mayoría de estos niños no presentan trastornos neurológicos conocidos, aunque pueda haber disfunciones perceptuales y motoras. El problema máximo de diagnóstico se presenta al tratar de diferenciarla del exceso de actividad secundaría a la ansiedad o a la depresión. En este último caso, va acompañada generalmente de miedos, preocupaciones, trastornos del sueño o pesadillas. Con todo, es imposible asegurar que la ansiedad no sea el verdadero motor de la hiperquinesia. Tanto es así que Melánie Klein ha sugerido cierta similitud con la esquizofrenia.
    No es claro el futuro de estos niños librados de esta suerte a sus propios recursos. Lo cierto es que la hiperquinesia acarrea en potencia la posibilidad de serias consecuencias respecto al desarrollo de la personalidad, aunque antiguamente se creyese que esas manifestaciones decrecían con el transcurso del tiempo hasta desaparecer completamente en la adolescencia.
    Los tics
    Los tics consisten en la repentina, imperiosa e involuntaria ejecución, a intervalos irregulares, pero relacionados, de movimientos sencillos, aislados o unidos, que, objetivamente, parecerían tender a un objetivo concreto.
    Meige dice que su ejecución va precedida, con frecuencia, de una necesidad que, si se reprime, produce malestar. La voluntad y la distracción pueden suspenderlos, así como pueden desaparecer al dormir.
    El tic transitorio también se manifiesta con movimientos motrices, recurrentes, involuntarios, repetitivos, rápidos y sin propósito. Su comienzo tiene lugar durante la infancia o la adolescencia, y su duración mínima es de un mes, pero de no más de un año. Desaparece durante el sueño.
    El tic más común es un parpadeo o un movimiento facial, aunque también pueden verse afectados toda la cabeza, el torso o las extremidades. Una persona puede tener varios tics simultáneamente o en momentos distintos. Su comienzo puede ser tan temprano como a la edad de los dos años, pero es más normal en el periodo de latencia, y aunque es un trastorno que no incapacita, puede llevar al individuo a una disfunción severa y a dificultades en sus relaciones sociales.
    Este trastorno es tres veces más frecuente en los varones que en las niñas, y aparece a menudo en familias en que alguno de sus miembros presenta el mismo síntoma.
    El tic cróníco consiste en movimientos motrices recurrentes, involuntarios, repetitivos, rápidos y sin propósito que afecten a no más de tres grupos musculares al mismo tiempo. La intensidad del síntoma es constante durante semanas o meses, y los movimientos pueden ser suprimidos voluntariamente durante minutos u horas. Su duración mínima es de un año, y el comienzo, por lo general, se presenta en la infancia.
    Los tics vocales se dan pocas veces. Son gruñidos u otros ruidos causados por contracciones torácicas, abdominales o diafragmáticas.
    Aunque no conlleve incapacidad, el tic crónico puede conducir a un trastorno severo y a un rechazo de la integración social. No se debe confundir con el tic transitorio, ya que la duración de éste es de menos de un ano.
    La enfermedad de La Tourette consiste en movimientos motrices recurrentes, involuntarios, repetitivos y rápidos, con el agregado de muchos tics vocales. Los movimientos pueden ser suprimidos durante minutos u horas, y su intensidad es variable. Afectan generalmente a la cabeza, como también a otras partes del cuerpo, torso y extremidades superiores e inferiores. Los tics vocales incluyen varios sonidos complicados, palabras o coprolalia (manía blasfematoria). Desaparecen durante el sueño y se atenúan mediante actividades absorbentes. Con esfuerzo, se suprimen temporalmente.
    Esta afección puede ir acompañada de otros sintomas, como eco quínesia (imitación de movimientos de alguien que está siendo observado), palilalia (repetición de los últimos sonidos o palabras de las frases), coprolalia mental (pensamientos de palabras groseras, pensamientos obsesivos de dudas y pensamientos compulsivos de tocar). También presentan anomalías encefalográficas no específicas, signos neurológicos leves e hiperactividad manifiesta ya durante la infancia.
    Los tics pueden aparecer tempranamente, a los dos años, pero casi siempre antes de los trece. La enfermedad es, por lo general, permanente, con períodos de remisión o disminución espontánea que fluctuaría en intensidad y forma. Su desfavorable repercusión en la relación social y laboral se debe a la vergüenza que produce ante las reacciones ajenas.
    Es más frecuente en varones que en niñas y entre las familias que ya lo han padecido.
    Melanie Klein señala que hay una estrecha conexión del tic con la personalidad total del paciente, con su sexualidad y con su neurosis, pues, cuando la lucha del niño ante la masturbación fracasa, pueden surgir como sustitutivos otras descargas motoras, como es el caso de los tics.
    Así, pues, el tic es un derivativo, con fantasías masturbatorias ligadas a él; la sublimación de dichas fantasías puede, en consecuencia, hacerlo desaparecer.
    Es frecuente que, en el período de latencia (hacia los siete años, aproximadamente), aparezcan tics transitorios. Posteriormente, si se dan interferencias o experiencias traumáticas, sobre todo en la pubertad, pueden convertirse en tics permanentes.
  4. Trastornos de la actividad
  5. Trastornos Del Lenguaje
El término "trastornos del lenguaje" es utilizado para diagnosticar a niños que desarrollan aspectos selectivos en su lenguaje nativo en una forma lenta, limitada o de manera desviada, cuyo origen no se debe a la presencia de causas físicas o neurológicas demostrables, problemas de audición, trastornos generalizados del desarrollo ni a retraso mental.
Los distintos tipos de trastornos del lenguaje a menudo se presentan simultáneamente. También se asocian con un déficit con el rendimiento académico durante la etapa escolar, problemas de enuresis funcional, trastornos del desarrollo de la coordinación, con problemas emocionales, conductuales y sociales (Dabbah, 1994).
Dislalia
Una forma de lenguaje aniñado" son las dislalias, es decir, alteraciones de la pronunciación de las palabras, que adquieren corrientemente un carácter fijo y que recaen sobre una o varias consonantes. Las dislalias se consideran normales en los primeros estadios del desarrollo del lenguaje. Algunas de ellas son muy persistentes y no constituyen un obstáculo real, como, por ejemplo, la sustitución de la s por la z.
Hay padres que al hablar con sus hijos utilizan también este tipo de lenguaje porque les hace gracia, por tratar de identificarse con el niño o por el deseo inconsciente de mantenerlos pequeños. A veces, los niños se acompañan de un lenguaje gestual, y, al sentirse comprendidos e imitados, no hacen ningún esfuerzo por cambiar, hasta que más adelante, al relacionarse con otras personas, comprueban que no se les entiende, como puede suceder al ingresar en la escuela.
Este retraso debe considerarse de carácter afectivo, ya que implica un cambio de la articulación y de la tonalidad, que conserva un matiz demasiado infantil sin que por ello se produzca una especial distorsión.
La mayoria de niños con retrasos simples, es decir que no obedecen a fallo de la inteligencia ni a trastornos orgánicos, a los cinco años pueden haber adquirido un lenguaje normal, aunque un examen minucioso del mismo quizás mostrase dificultades que se revelarán más tarde con los primeros aprendizajes escolares.
De acuerdo a su etiología la dislalia puede ser clasificada en:
  • Dislalia evolutiva. Son anomalías articulatorias que se presentan en las primeras etapas del desarrollo del habla y son consideradas normales, ya que el niño está en pleno proceso de adquisición del lenguaje.
    • Dislalia funcional. Son aquellas donde no se presenta ningún trastorno físico u orgánico que justifique la dislalia. Son denominados por algunos autores desórdenes fonológicos, ya que los niños habrían organizado su sistema fonológico de manera distinta a la habitual. Los errores de dicción suelen ser parecidos a los que producen los niños durante las etapas de adquisición del lenguaje.
    • Dislalia audiógena. Los problemas de articulación son producidos por deficiencias auditivas, ya que niño no puede reconocer de manera adecuada sonidos semejantes. La gravedad de la dislalia estará en relación al grado de hipoacusia y entre las medidas a tomar se encuentra el uso de prótesis auditivas y la intervención pedagógica para desarrollar la discriminación auditiva, enseñar articulaciones ausentes, lectura labial, etc.
    • Dislalia orgánica. Son los trastornos de articulación motivados por alteraciones orgánicas. Cuando la alteración afecta a los órganos del habla ya sea como anomalías anatómicas o malformaciones, se denomina disglosia.
Disartria
Son "los problemas de articulación del habla a consecuencia de una lesión cerebral (quedan dañados los nervios craneales) produciendo una parálisis o ataxia de los músculos de los órganos fonatorios." (Serón y Aguilar, 1992, p.290).
Además de los problemas fonatorios, el niño con disartria presenta dificultades para mover los músculos bucales en otros tipos de actividades, como masticar o deglutir. El caso extremo es la anartria, en la cual el niño no puede emitir correctamente ningún fonema.
La etiología debe buscarse en las posibles causas capaces de dañar el sistema nervioso, como puede ser un trauma craneo-cervical, un tumor del cerebro o cerebelo y enfermedades infecciosas o degenerativas el sistema nervioso.
Disfemia
La disfemia es "una disfluencia o dificultad en el flujo normal del habla. Ocasiona repeticiones de sílabas o palabras o paros espasmódicos que interrumpen la fluidez verbal", (Serón y Aguilar, 1992, p.294); a las alteraciones del habla se le suman, generalmente, manifestaciones de tensión muscular como movimientos de manos, cierre de ojos, gesticulación facial y movimientos corporales. Suele aparecer a edad temprana (el 88% de ellas se presenta antes de los 7 años) y es más común en los hombres.
Para objetos de diagnóstico temprano, se debe distinguir entre la disfluencia, característica de la tartamudez, y la afluencia o no afluencia, la cual es normal en el desarrollo de los niños. La primera se referiría a la repetición de sonidos y sílabas y a prolongaciones de ellos; la segunda, a la repetición de frases y palabras y la revisión de frases e interjecciones.
Afasia
Se puede definir como "una alteración del lenguaje debido a lesiones cerebrales producidas después de la adquisición del lenguaje o en el transcurso del mismo."(Serón y Aguilar, 1992, p.337). Es posible señalar distintos tipos de afasia, de acuerdo a la modalidad de expresión afectada, las cuales casi nunca se encuentran en forma pura: oral, escrita, gestual y de recepción. Para efectos de diferenciar la afasia de otros trastornos, es preciso que exista una lesión del sistema nervioso central que afecte al lenguaje, la cual se produce generalmente en las áreas fronto-temporo-parietales del hemisferio dominante- normalmente el izquierdo -, por una encefalopatía, un accidente cardio-vascular, un TEC o un tumor. Se considera afasia, con más claridad, cuando se produce a partir de los 3 años de edad, aproximadamente. La perdida de lenguaje es brusca y consecutiva a un periodo de coma. En los primeros momentos el niño puede permanece mudo, o emitir apenas algunas palabras. (Aidex, 2000a).
"La afasia infantil es un trastorno del aspecto emisor del lenguaje. Para llegar a una mejor clarificación, la afasia infantil ADQUIRIDA se sitúa entre el trastorno denominado disfasia (anteriormente descrito) y un trastorno específico del lenguaje. En el primero, el déficit es en la estructuración del lenguaje, en el segundo, la perturbación se produce en el inicio y en la elaboración del lenguaje. "Esta afasia infantil adquirida es la resultante de la aparición de una lesión cerebral entre los dos - tres primeros años de vida." (Serón y Aguilar, 1992, p.341). Se diferencia de la afasia adulta por el tipo de desórdenes que produce y no tanto por la lesión en sí, ya que en el niño (dependiendo de la edad), al no estar totalmente elaborados los esquemas neuro-lingüísticos, la lesión no produce tanta alteración como en el adulto.
Tartamudeo
Otros trastornos referentes al lenguaje que pueden aparecer en esta edad son el tartamudeo y el mutismo.
Se llama tartamudeo a la repetición o prolongación de sonidos, sílabas o palabras, o bien dudas no usuales y pausas, que rompen la fluidez rítmica del lenguaje.
En ocasiones puede ir acompañado de tensiones visibles en la cara o en todo el cuerpo, como parpadeo ocular, temblores de los labios o de la mandíbula, tics y movimientos de cabeza.
Existen dos tipos de tartamudez: la clónica y la tónica. La tartamudez clónica tiene por característica la repetición de fonemas, especialmente la del primero emitido, e incluso a veces la repetición de un fonema parásito. La tartamudez tónica se caracteriza por un paro en la emisión acompañado de movimientos y de reacciones emocionales.
Los tartamudos pueden disponer de un lenguaje muy rápido o muy lento, cambios en la vocalización, inflexión inapropiada ó falta de variación en el tono.
Es de resaltar que el tartamudeo no se suele producir cuando el niño canta o habla con objetos inanimados o animales, y que a veces sólo se da con determinadas personas, lo que indicaría las dificultades emocionales de relación del niño con dichas personas.
La edad de aparición es variada, pero hay edades cruciales como a los tres años y medio y entre los cinco-siete años, pero casi siempre antes de los doce años.
Su comienzo suele ser gradual o a través de dificultades ocasionales, cuya causa puede encontrarse en una exigencia de comunicación inicial o cambios importantes en la vida del niño (nacimiento de un hermano, separaciones, entrada en la escuela, etcétera).
En un principio, el niño puede no percatarse de su tartamudeo, pero a medida que éste progresa las repeticiones se hacen más crónicas y alcanza a la mayoría de las palabras. Así es como el niño toma conciencia de sus dificultades para hablar en situaciones específicas; es entonces cuando empieza a asociar sus dificultades con palabras, frases o situaciones concretas que tratará de evitar, ya que le pueden acarrear complicaciones de tipo social o de conducta, tales como convertirse en objeto de burla, lo que dificultará su relación con los demás. No obstante, se trataría de casos severos en los que el niño vive con mucha angustia la posibilidad de tartamudear.
La tartamudez es un trastorno más frecuente en los varones que en las niñas con incremento de la incidencia de tartamudos entre familiares próximos.
El psicoanálisis explica las causas psicológicas de este síntoma relacionándolas con el momento evolutivo del niño.
Hacia el tercer año, el niño se hace muchas preguntas, una de las cuales es la diferencia de sexos. La adquisición del lenguaje le ha de permitir la posibilidad de contestar a sus preguntas, y esta adquisición dependerá, a su vez, de las primeras respuestas que le hayan dado las personas interrogadas.
Guy Rosolato dice al respecto: La determinación sexual corre paralela con lo prohibido, con la prohibición del incesto. Esta prohibición pertenece al área simbólica, pone la sexualidad bajo su índice. En este sentido, toda satisfacción se halla ligada a la negación (el "no" de la prohibición) y al sistema de lenguaje que prevalece en la relación con los padres.
La época del "no" del niño pequeño señala que éste ha integrado la prohibición del incesto; sin embargo, el niño tartamudo choca con esta negación y su deseo inconsciente no lo admite.
Las palabras se convierten, para el tartamudo, en objetos destructores, cargados de agresividad. Hablar es nombrar su deseo, y debe defenderse de él ante cualquiera que le escuche. Así, el tartamudo se siente desdichado por el hecho de no poder expresar aquello que querría tener derecho a decir, pero, al mismo tiempo, su tartamudez lo tranquiliza, lo que explica que muchos tartamudos se aferren a su síntoma, pues, como dice Fenichel, la meta es impedir la manifestación directa de la agresividad por medio de las palabras, a las que dan un valor mágico.
Melanie Klein afirma que la tartamudez es una prolongada lucha entre las posiciones pregenital y genital de la libido. Esta lucha, que se da entre el tercer y el quinto año de vida, aparece como manifestación del complejo de Edipo. El tartamudo no escapa nunca a esa contienda: está encerrado en ella y se desvía hacia posiciones obsesivas que le permiten superar la
angustia.
La madre del tartamudo quiere, a nivel inconsciente, mantener al niño en dependencia total respecto a ella; teme la autonomía del niño tanto física como psíquicamente, ya que la vive como una gran pérdida.
Una característica de los tartamudos es su pasividad externa, entregados como están a racionalizar todos sus movimientos
interiores.
No se debe confundir el tartamudeo con la disfonía espástica, que es un trastorno de la voz, ni con el Íarfulleo, que se caracteriza por un ritmo tan rápido del lenguaje que rompe su fluidez.
Según la severidad del síntoma, puede darse una curación espontánea, especialmente en los pequeños y en aquellos casos en que su aparición viene dada por un momento muy angustioso del niño que encuentra solución. En otros casos, requiere ayuda específica, ya que es un trastorno acompañado de mucha ansiedad y que está actuando como síntoma de situaciones inconscientes. Para su resolución, es necesario que el niño pueda conectar con su angustia primitiva a fin de que supere el tartamudeo como síntoma desplazado de la verdadera causa.
Mutismo
Se considera que un niño está afectado de mutismo, cuando, después de haber adquirido la capacidad de hablar, según corresponde a su edad evolutiva, deja de hacerlo. Así, pues, no se considerarán afectados de mutismo aquellos niños que nunca hayan emitido sonido alguno o que no hayan desarrollado un lenguaje de acuerdo con su edad.
Pueden distinguirse dos tipos de mutismo: el total y el electivo.
  • El mutismo total puede ser un síntoma pre-psicótico o psicótico y, por lo tanto, será una manifestación más de la patología de esta personalidad.
  • El mutismo electivo consiste en un rechazo persistente a hablar en determinadas situaciones (escolares, sociales...). Estos mismos niños pueden hablar con amigos o personas escogidas. Comprenden todo lo que se les dice y sus esquemas de lenguaje son normales, aunque algunos de ellos presentan anomalías de articulación y retraso en el desarrollo del lenguaje. Pueden sustituir el lenguaje hablado por movimientos de cabeza, gestos, monosílabos o expresiones cortas y monótonas.
Sin embargo, debe quedar claro que su mutismo no se debe a insuficiencias orgánicas ligadas a la emisión del habla.
Este tipo de trastorno se suele dar en niños muy tímidos y susceptibles, a quienes les gusta aislarse. También presentan dificultades de separación de la madre, lo que puede dar lugar, al ingresar en la escuela, a una fobia o a un rechazo escolar, ya que allí se verá instado constantemente a hablar.
Hay otros trastornos que pueden acompañar a los niños afectados de mutismo, como son enuresis, encopresis, rasgos compulsivos exagerados, negativismo, rabietas y otras conductas de carácter oposicional y controladoras. Este tipo de comportamientos se suelen dar en casa.
Generalmente, la edad de comienzo del mutismo es antes de los cinco años, y normalmente se identifica como tal cuando el niño acude a la escuela. Hay una variable, sin embargo, que tiene lugar en la adolescencia.
Aunque es un trastorno raro, se ha señalado que es más frecuente en hembras que en varones. Por lo general no se da en hijos únicos o en el primer hijo, y los hermanos están raramente afectados. Su frecuencia es mayor entre familias inmigrantes, sobre todo cuando se trasladan a un lugar de lengua diferente y la madre se queda en casa y está aislada. Esto puede acarrear mutismo al niño, señal de que no ha podido elaborar el cambio y que no se siente suficientemente independiente de la madre.
Otros factores susceptibles de conducir al niño al mutismo electivo son traumas físicos o emocionales precoces en relación con la boca, así como hospitalización precoz, desavenencias familiares mientras el niño está más unido a uno de los padres, (generalmente, la madre), etcétera.
Una relación sobreprotectora y ambivalente por parte de la madre conduce al niño a una dependencia alimentaria y a una necesidad de control materno, mientras que el padre puede mostrarse pasivo o carente de interés. Cuando la familia utiliza el silencio como signo hostil y de control, el niño es entonces la muestra de esa incomunicación familiar.
Este trastorno llega a combinarse con perturbaciones de otras áreas no verbales, en las que es necesaria la espontaneidad, como lo es el juego.
No se debe confundir el mutismo electivo con trastornos de lenguaje por retardo mental o cualquier otra anomalía física. Tampoco se considerarán mutismo aquellos casos en que haya un estado depresivo grave, problemas de ansiedad, de adaptación, etcétera. Aunque en todos estos casos pueda darse mutismo, éste será consecuencia de otros problemas y se presentará como un síntoma más, en tanto que el mutismo propiamente dicho es la persistencia del rechazo al habla.
Así, pues, el mutismo es una reacción defensiva o agresiva, o de temor en los niños tímidos, ante ciertas personas.
No hay que olvidar que, detrás de este síntoma, se halla una personalidad extremadamente trastornada no sólo en los casos de mutismo psícótico, sino también en determinadas modalidades de mutismo electivo que pueden ocultar una organización neurótica.
  1. Trastornos de la sexualidad
Autoerotismo
Entre el primer y el segundo año de vida del niño, el orificio anal, y el consiguiente interés por lo que contienen los intestinos, aparece como el núcleo de la gratificación erótica. Gratificación que viene determinada por la evacuación de los contenidos intestinales y por la excitación de la mucosa anal. Otro momento, posterior a éste, pero dentro del segundo año, es el de la retención de las materias fecales, que produce placer por cuanto tiene de control, por parte del niño, de lo que considera sus posesiones.
También en esta edad los contactos con la piel, las fricciones y las cosquillas provocan en el niño sensaciones eróticas.
Hay toda una serie de factores que pueden interferir en el desarrollo de las actividades autoeróticas, haciendo que se mantengan mucho más tiempo del habitual, que no se avance hacia nuevas formas de gratificación o que se retroceda a formas anteriores y más primitivas. Tales factores serian, entre otros, una hospitalización, la separación de los padres, el nacimiento de un hermano, etcétera.
Masturbación compulsiva
La masturbación es, en el niño, una actividad normal que puede comenzar tempranamente, en tanto funciona como descarga de la ansiedad. En el niño pequeño es, a menudo, inconsciente, sobre todo entre las niñas.
El agobiante sentimiento de culpa que experimenta el niño frente a sus actividades masturbatorias explica las tendencias destructivas —en el terreno de las fantasías— que pueden acompañar a la masturbación. Esto hace que, en muchos casos, el niño abandone totalmente dicha práctica; si es así, puede aparecer una fobia, o un sustituto motor, como es el caso de los tics.
La masturbación compulsiva es, en cambio, una manifestación de conflicto, cuya seriedad está determinada por la intensidad y el tipo de ansiedad que la motivan. Generalmente, es un síntoma más de la neurosis obsesivo-compulsiva, pero puede haber un fondo psicótico en el niño que presenta este trastorno. En todo caso, la masturbación compulsiva va acompañada de intenso sufrimiento mental y de acusados sentimientos de culpa que significan —a cualquier edad que suceda— un grave impedimento del desarrollo de la personalidad.
  1. Trastornos De La Afectividad
Niños indiferentes al Afecto
Son niños que al parecer, no se impresionan por nada. No hacen caso de las advertencias o consejos de sus padres y educadores. Incluso los castigos les son indiferentes. Parece como si no tuviera el sentido de la obediencia, del amor propio o la responsabilidad.
Se diría que son insensibles pero no es así. Lo que ocurre es que la personalidad del niño ha formado una especie de coraza protectora de insensibilidad, que es una defensa para no sufrir, para no darse cuenta del miedo y la inseguridad que sienten en lo profundo del alma. Como causa de este trastorno encontraremos que siempre que el niño se siente o se ha sentido incomprendido, o bien que ha sufrido malos tratos por parte de sus padres, tutores, maestros u otras personas, especialmente padrastros o maestros.
Una vez formada esa coraza de insensibilidad cuesta librar al pequeño de ella. Hay que tratarlo con comprensión ya amor durante bastante tiempo, par que de nuevo su personalidad se vaya abriendo poco a poco a las palabras y afecto de cuantos lo rodean. Pero mientras el niño no esté completamente libre de inseguridad y miedo tendrá nuevamente tendencia a encerrarse en sí mismo y parecer insensible.
Timidez en los niños
Son los niños encantadores, trabajadores, pero que cuando vienen visitas a casa no saben donde meterse. Utiliza mil excusas para no salir a saludar y cuando no le queda más remedio que hacerlo, tiembla como un flan actúa torpemente y se queda parado en un rincón sin abrir la boca.
En el colegio le ocurre lo mismo incluso llega a no decir la lección al profesor, por vergüenza. Otros chicos hablan entre sí en el recreo, el prefiere observar sin atreverse a participar, aunque confiesa que le gustaría hacerlo.
Los síntomas más frecuentes cada vez que estos niños hablan con otras personas son:
  • Enrojecimiento facial
  • Temblor de manos
  • Palpitaciones
  • Sudoraciones
  • Tartamudeo
  • Sale corriendo en cuanto puede, etc.